top of page
Hand-logo-web.png

Apoyo 24/7 para acompañarte con información confiable durante los primeros meses de tu bebé. Hand no reemplaza la consulta médica.

RELATO DE PARTO

de Pili


Eran las 21hs. cuando comencé con los dolores. En un intento por no perder la calma, Gonza me preparó unos fideos que apenas pude comer. Insistimos en mostrarnos relajados y nos pusimos a ver la serie de siempre, pero el dolor fue aumentando y cuando llamé a la partera nos indicó que ya era hora.


Al llegar al hospital empezó lo más difícil. Me atendieron con frialdad, como si fuera un trámite más en medio de una sala de espera vacía. Una vez en la habitación, con una vía que me dolía, la partera de guardia me informaba en cada tacto que no estaba ni siquiera cerca de dilatar. Me sentía invadida y despersonificada en cada una de esas revisaciones en las que me hacían creer que estaba haciendo algo mal.


Hasta que, en uno de esos tantos tactos, me rompieron la bolsa sin consultarme. No sabría decir si me dolió porque creo que desde hacía un rato había entrado en estado de shock. Pero eso no me impidió escuchar a los médicos decir que el líquido era meconial. Supe enseguida que no era buena señal. Mi bebé estaba o había estado sufriendo dentro de la panza y entendí que, si Delfi seguía sin encajarse, acabaríamos en una cesárea.


Me colgaron oxitocina para que aumentaran mis contracciones sin explicarme ni pedirme consentimiento. Otra intervención más, sin mirada, sin palabra.


Entré a la sala de partos. Las luces intensas me encandilaron, sentí mucho frío y calor a la vez, y cuando pedí agua me la negaron. De manera muy poco acertada, me preguntaron sobre mi trabajo como médica, como si yo no estuviera ahí mismo atravesando un momento sagrado y vulnerable.


Yo contestaba queriendo ser cordial, aunque tampoco entendía nada de la situación que se estaba dando a mi alrededor. Pasaron las horas. Se hicieron las 3am. Entró una anestesista que me colocó la peridural sin siquiera avisarme. Tampoco se presentó. Mientras yo seguía pujando, la anestesia no había hecho efecto: el catéter se había corrido y solo consiguió adormecerme una pierna.


Pujaba bajo la presión y las miradas ajenas. Recibí comentarios desalentadores, poco empáticos, mientras me reprochaban estar pujando mal.


Recuerdo haber sentido mucho dolor y miedo porque Delfi estuviera bien.


A las 4am llegó mi obstetra. Con una caricia y unas palabras me devolvió algo de calma. Me dijo que, pese a todo el esfuerzo, Delfi no lograba encajarse y que, sumado al meconio, lo mejor sería una cesárea.


Durante la anestesia de la cesárea me sentí mareada, desorientada, perdí la sensibilidad de la mitad de mi cuerpo. Me aferré a los números del monitor, donde podía ver mi frecuencia cardíaca y respiratoria. Era mi manera de tener un poco de control sobre una situación de la que me habían hecho a un lado desde el comienzo.


Delfi nació rápido. Lloró. No puedo recordar mi emoción, sólo ver mientras la vestían. No tuve mi hora de oro, como si hubiera sido ajena a todo eso que acababa de vivir. Después la apoyaron en mi pecho, y así, juntas, nos fuimos a la habitación.


Hoy, con el tiempo, entiendo que no sólo nació Delfi, sino que también nací yo como madre.

No busco dramatizar, sino nombrar. Porque lo que no se nombra, se repite. Porque las mujeres merecemos ser escuchadas, respetadas, acompañadas. Porque el cuerpo que pare es un cuerpo que siente, que recuerda, que guarda.


Me dolió no haber tenido el parto que soñé, pero también me reconozco fuerte por haber atravesado todo eso. Hoy miro a Delfi y sé que, a pesar de todo, lo logramos juntas. Y que ahora puedo transformar ese dolor en palabra, en memoria y en cuidado para otras.


Escribo esto por mí, por Delfi, y por todas las que merecemos parir con dignidad.


Mirá también el POSTEO DE INSTAGRAM

 
 
bottom of page